Acerca de Subterráneos, Túneles y Pasadizos de Mérida
Por Carlos Augusto Evia Cervantes
Publicado en la Sección «La Ciudad» del Diario Por Esto! 25 de junio de 2011. Pp. 19.
No es extraño ni nuevo que cada cierto tiempo surjan polémicas en torno al tema de los pasadizos secretos de la ciudad de Mérida. Las declaraciones del don Luis Alberto López Rivas (López Méndez; 2011a: 16-18) y el respaldo que le brinda la señora Nerymar Honer (López Méndez; 2011b: 24) se enmarcan en el contexto de la tradición oral que está presente en muchas otras ciudades del mundo y deben ser valoradas desde la perspectiva mítica y no con criterio simplista de verdadero o falso.
En la tradición oral de la ciudad de Mérida hay un relato persistente: la comunicación subterránea. El mito ha producido, incluso, polémica entre historiadores, antropólogos y clérigos en torno a una creencia generalizada que planteaba la comunicación entre la iglesia de Monjas y la Catedral a través de un conducto subterráneo (Victoria; 1995: 96).
En testimonios obtenidos recientemente se repiten viejas ideas tal como la que dice que todas las iglesias se comunican entre sí; que los subterráneos fueron construidos para que las monjas enclaustradas no tuviesen contacto con el mundo exterior y que en el pasado existía un pasadizo que iba de Monjas a Catedral y al convento de San Francisco el Grande (Grosjean; 1999: 103). Pero con todo lo respetable que puedan ser esas afirmaciones, no necesariamente coinciden con los datos arqueológicos. Una cosa es que exista el mito, el cual responde a otras causas, y otra, que tenga una correspondencia con la realidad, ya sea total o parcialmente.
La existencia de un sitio muy conocido, el Yanal Luum (bajo la tierra en español) apuntalaba esa hipótesis ya que se encontraba en la línea imaginaria que uniría a Monjas y la Catedral. Pero estas ideas no resistieron la fuerza de las evidencias ya que cuando se hicieron los trabajos de excavación para instalar las tuberías destinadas al servicio del agua potable no apareció la supuesta vía subterránea (Grosjean; 1999: 105).
De acuerdo a las declaraciones de la señora Honer antes referidas, quizá fue éste el sitio que ella visitaba cuando era adolescente y le impresionó. En mis años juveniles, yo lo visité muchas veces cuando era un centro nocturno y no sólo me impactó el subterráneo, sino también las bellas damas que cada noche nos embrujaban con sus danzas eróticas.
Volvamos al tema de las comunicaciones míticas y al respecto creo que es oportuno mencionar algo que quizá los meridanos no sepan, pero que los habitantes de Maní dicen convencidos. Estos últimos aseguran la existencia de un conducto que partía desde la puerta del convento de San Miguel Arcángel de Maní y llegaba hasta la iglesia de Monjas en Mérida; es decir, casi 100 kilómetros. En febrero de 1982 bajamos por ese conducto vertical, muy estrecho por cierto, con el objetivo de conocer y recorrer aquel famoso camino subterráneo. Cuando tratamos de avanzar no se pudo porque ya lo habían rellenado con escombro. Al indagar al respecto la gente nos respondió que fue necesario porque algunos niños entraban a jugar corriendo el riesgo de perderse ya que el túnel era tan largo que llegaba hasta Mérida. Nunca se comprobó la existencia real de ese largo pasadizo.
Los cenotes de nuestra ciudad contribuyen con esta clase de mito, ya que casi todos los que conocen un cuerpo de agua inundado expresan frases como la siguiente “dicen que este cenote se comunica con otro…” entonces nombran aquel que está a distancia. Como prueba de ello se ofrecen relatos de incidentes en el que objetos perdidos en un lugar aparecen en otro. El Tívoli, en el interior del Instituto Comercial Bancario, no es la excepción pues más de una persona asegura que esta cueva inundada se comunica con el cenote Huolpoch que está relativamente cercano y con otro que está en el Parque de las Américas, todavía más lejos. Los antiguos dueños dijeron al actual propietario que unos buzos comprobaron la existencia de esa comunicación; sin embargo los buzos locales no avalaron tal afirmación (Evia; 1999: 4).
Considerando que la capital del Estado de Yucatán está sobre los vestigios de la sociedad indígena que moraba en la antigua T’Hó y que los mayas usaban los recursos naturales disponibles en las cuevas tales como la arcilla, el sascab, las piedras y fundamentalmente el agua, no es raro encontrar cenotes bajo edificios o en patios de las casas de esta ciudad.
De hecho, los investigadores que trabajaron en la Casa Cárdenas o Casa de los Ladrillos, afirman que desde la época colonial se empezaron a construir en algunas de las principales casas del centro de la ciudad, unos pasadizos artificiales cuya función ha sido motivo de fuertes polémicas. Su existencia ha producido también rumores sobre su longitud y comunicación con edificios cercanos. La hipótesis más sobria indica que estos espacios sirvieron de depósitos de alimentos, licores y variadas pertenencias de sus antiguos habitantes. Con el paso del tiempo fueron abandonados e incluso sirvieron como drenaje de aguas residuales (Burgos et al; 2006:7-37).
Estos cenotes y subterráneos artificiales serían una especie de sustrato material que dio cabida en la tradición oral de los yucatecos a un conjunto de relatos que se han convertido en leyendas de Mérida. Veamos los casos.
Se ha especulado desde hace mucho tiempo acerca de un cenote bajo la catedral. Al respecto el cronista Juan Francisco Peón Ancona dijo en una conferencia que hace algún tiempo, un cura capitalino con ciertos poderes sensoriales para detectar este tipo de formaciones, en una visita a la Catedral meridana señaló que en la zona del altar mayor hay un profundo vacío subterráneo el cual se extiende hacia el oriente más allá de las oficinas de la curia arzobispal. Al mismo cura se le llevó a otros lugares donde se tenía la certeza de que existieran cenotes pero que además estaban clausurados. En todos los casos acertó (Diario de Yucatán 10/5/1998). El mismo Peón Ancona califica el relato de creíble, pero que nadie hasta el momento ha aportado pruebas confiables que lo confirmen.
La narración anterior se hace más digna de crédito al conocer el testimonio aportado por el señor Félix Fáller Palomeque en 1999. Aseguró que bajo el edificio donde estuvo la ferretería “El Candado”, en el cruzamiento de las calles 60 y 65, a unos 100 metros de la catedral, hay un cenote tapado con una capa de concreto muy fuerte, con una pequeña compuerta del mismo material. Por medio de un reporte escrito que hizo llegar a un periódico local indicó que cierto día despejó el área donde está la citada capa y levantó la compuerta; entonces pudo ver un espejo de agua bastante grande. El señor estimó, y con razón, que ese cuerpo de agua sirvió para abastecer a los habitantes de la antigua T’Hó, nombre maya de la ciudad donde se construyó Mérida (Diario de Yucatán 24/11/1999).
Como se dijo anteriormente, hay casos de la narrativa tradicional que han sido fijados en obras de determinados autores quienes han puesto su atención en algún subterráneo. Al respecto, consideramos oportuno presentar un caso que fue documentado por uno de los famosos viajeros del siglo XIX, el barón Federico de Waldeck. En su obra Viaje pintoresco y arqueológico a la Provincia de Yucatán, Waldeck hizo una descripción del Convento de San Francisco, el cual más adelante sería la Ciudadela de San Benito. Ésta se encontraba en los terrenos del edificio principal del actual mercado “Lucas de Gálvez” y de lo que fue la escuela Felipe Carrillo Puerto, luego “Chetumalito”, y hoy es un terreno baldío. La narración del citado convento edificado sobre un antiguo basamento maya es fechada entre 1834 y 1836 y hace referencia a los espacios subterráneos que Waldeck observó. Señaló que eran inmensos y que los caminos del sitio formaban un verdadero laberinto. Agregó en su descripción que hay un pozo el cual conduce a otras pequeñas piezas cavadas en la roca. Por último, señaló la existencia de un abismo profundo. Actualmente no queda nada del pasado en la superficie. “Pero la gran veta de agua, el abismo profundo del que Waldeck da testimonio tiene que seguir ahí. Sólo habría que buscarlo” (Ligorred; 1998: XXVIII).
Por último haremos referencia a un sitio muy cerca del centro meridano en el que hay un popular mercado que abastece a los vecinos del cercano oriente de la ciudad. Se trata del mercado del Chembech. A diferencia de las otras zonas adyacentes al centro, la del Chembech se ha mantenido junto con sus expendios de carnes, locales comerciales y loncherías. Esto se debe a la concurrencia de los clientes, vecinos o no, que van a hacer sus compras hasta ese sitio. De acuerdo con los testimonios de los locatarios más antiguos, el inmueble actual fue inaugurado el 5 de mayo de 1969 y el edificio que le antecedió tenía 50 años de antigüedad; era redondo, con techo de tejas y de acuerdo con las personas entrevistadas se construyó sobre un cenote al cual acudían codornices en una gran cantidad. Por eso el mercado se llama Chembech (pozo de codorniz). De acuerdo con las versiones de los locatarios indican que el cenote quedó casi en medio del inmueble (Diario de Yucatán 25/9/2000).
El autor de esta nota ha realizado diversas investigaciones espeleológicas en esta ciudad desde 1999 con el auspicio de instituciones gubernamentales, con la dirección y compañía de arqueólogos expertos en el tema como lo son Josep Ligorred Perramón, Jorge Victoria Ojeda, Rafael Burgos Villanueva, José Estrada Faisal y el mismo Grosjean Abimerhi; lamento decir que no hemos encontrado túneles con las dimensiones como las que refiere el señor Rivas Aguilar. Por lo tanto, coincido con el arqueólogo Grosjean (López Méndez; 2011c: 31-32) en que los subterráneos hasta ahora conocidos no comunican iglesias o predios ubicados en lugares distantes.
A pesar de todo lo argumentado anteriormente, quisiera estar equivocado y que de verdad existieran tales pasadizos. Si así fuera, me ofrezco a explorarlos sin ningún costo, con todas las medidas de seguridad pertinentes y reconocería de inmediato mi error al concederle la razón a Sergio Grosjean. CAEC.
Referencias
Burgos Villanueva, Rafael, Luis Millet Cámara, Sara Dzul Góngora y José Estrada Faisal
2006 «Subterráneos y pasadizos de Mérida, Yucatán: La casa de los ladrillos«. Mérida. CONACULTA, INAH y A & Arte Inmobiliario. Pp. 7-37
Diario de Yucatán. La S.I. Catedral, cuatro siglos de una historia basada en anécdotas. 10 de mayo de 1998.
Diario de Yucatán. Céntrico cenote. 24 de noviembre de 1999.
Diario de Yucatán. Al mercado del Chembech aún le queda larga vida, dicen. 25 de septiembre de 2000.
Evia Cervantes, Carlos
1999 “El Tívoli de Santa Ana” en Ichcanzihó. N° 1. Mérida. Departamento del Patrimonio Arqueológico y Ecológico Municipal, Ayuntamiento de Mérida. P. 4
Grosjean Abimerhi, Sergio
1999 “Los subterráneos de Mérida; el pasadizo de ex convento de monjas a la catedral” en Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán. Números 208-209-210-211. Mérida. Pp. 102-106.
López Méndez, Roberto
2011a “Definitivamente, sí hay pasadizos en el centro de la ciudad” en DIARIO POR ESTO! 12 de junio de 2011. Sección La Ciudad p.p. 16-18.
López Méndez, Roberto
2011b “Esos túneles están allá, porque yo los ví” en DIARIO POR ESTO! 22 de junio de 2011. Sección La Ciudad p.24.
López Méndez, Roberto
2011c “No hay una sola prueba de pasadizos subterráneos en Mérida” en DIARIO POR ESTO! 20 de junio de 2011. Sección La Ciudad. P.p. 31-32.
Victoria Ojeda, Jorge
1995 Mérida de Yucatán de las Indias. Piratería y estrategia defensiva. Mérida. H. Ayuntamiento de Mérida.