La campana de oro de Tetiz y la cueva Box Aktún
por Carlos Augusto Evia Cervantes
Un señor llamado Candelario Puc Baas, milpero de la región de Tetiz, y que ayudaba a las labores de mantenimiento en el asilo de ancianos de Hunucmá, me preguntó un día si lo acompañaba a una gruta cercana a localidad llamada Box Aktún. Le dije que sí. Nos pusimos de acuerdo y fuimos a ver esa gruta a las 5 de la mañana del domingo 22 de febrero de 1992.
En el camino me contó que hace mucho tiempo tres hombres del pueblo de Tetiz planearon robar la campana del templo católico. Como se rumoraba que era de oro, pensaron que debía de valer mucho dinero. Se pusieron de acuerdo y en cierta ocasión, ya muy entrada la noche, se metieron a la iglesia y cometieron el robo.
Cuando salieron del templo se dirigieron a la cueva de Box Aktún para esconder la campana. Dejarían pasar un tiempo y luego irían por ella para tratar de venderla en algún lugar. Pero el sacrilegio no se quedaría sin castigo. A los pocos días, los ladrones empezaron a sufrir una enfermedad terrible. Se les empezó a podrir el cuerpo. A uno le empezó por los brazos, a otro por los pies y al tercero por la cara. Dicen que se les caían los pedazos de carne podrida. Desesperados, no tardaron mucho en confesar su delito a la gente y pedir perdón al cura. No obstante, los tres murieron en medio del terrible sufrimiento. Antes de fallecer, dijeron el lugar donde habían escondido la campana. No faltó algún valiente que fuera a buscarla a la cueva; pero nadie la encontró.
Cuando nosotros llegamos al lugar, entramos a la cueva y la revisamos toda. En realidad es una cueva pequeña, un poco incómoda para recorrer pues su techo es muy bajo. Pero no hallamos ninguna campana.
Cuando nos cansamos de buscarla, nos sentamos a conversar dentro de la gruta. Don Candelario me dijo que no era la primera vez entraba a la cueva. En una ocasión, fue a su milpa que estaba cerca de ese lugar pero empezó a llover y se refugió en la cavidad. Para no aburrirse, sacó un cigarro y lo fumó. “Según yo” –dice Candelario– “no pasó más de media hora en que amainó la lluvia; después salí de la caverna para regresar a mi casa”.
Cuando llegué me dice mi esposa: “Candelario, ¿dónde estabas? Desde ayer que te fuiste no has regresado. Ya me habías asustado, iba a llamar la policía”.
Don Candelario hasta hoy no sabe lo que le pasó en la gruta, pero según él, sólo permaneció un rato adentro, lo que dura fumar un cigarro y esperar que pase la lluvia. Cuando don Candelario terminó sus relatos salimos de la gruta y regresamos a Hunucmá a las 11 de la mañana.